PRINCIPIO DE PLACER Y DE REALIDAD

Freud distingue dos principios fundamentales: el principio del placer y el principio de realidad. El primero supone una búsqueda de lo placentero y una huida del dolor, que nos impulsa a realizar aquello que nos hace sentir bien. En contraposición a éste, el principio de realidad subordina el placer al deber. La subordinación del principio del placer al principio de realidad se lleva a cabo a través de un proceso psíquico denominado sublimación, en el que los deseos insatisfechos reconvierten su energía en algo útil o productivo. Tomando como ejemplo el deseo sexual, ya su práctica continua supondría el abandono de otras actividades productivas (trabajo, arte, etc.), el hombre sublima sus deseos y utiliza su energía para la realización de otras acciones (deporte, literatura, juego). Sin la sublimación de los deseos sexuales no existiría, según Freud, civilización.

No obstante, la sublimación no elimina los deseos sexuales. Éstos, si quedan insatisfechos, se empaquetan o son reprimidos en un lugar concreto de la mente llamado inconsciente, que es, por definición, aquella parte de la mente inaccesible a nuestro pensamiento consciente (o yo) que reúne todos los deseos y pulsiones reprimidos. Sin embargo, existen caminos indirectos para acceder a los contenidos del inconsciente, como por ejemplo los sueños, los actos fallidos y las bromas.

Los sueños son satisfacciones simbólicas de deseos que han sido reprimidos. Inaceptables para la mente consciente (ya sea por la presión social y moral o por un sentimiento de culpa), algunos deseos se manifiestan oníricamente, de un modo extraño y absurdo que oculta su verdadero significado. 

Los sueños utilizan principalmente dos mecanismos de ocultación: la condensación, en la que imágenes o ideas dispares son reunidas en una sola (correspondiéndose con la metáfora en el lenguaje) y el desplazamiento, mediante el cual, el significado de una imagen o símbolo es transferido a algo asociado con él que desplaza a la imagen original (su correspondencia con el lenguaje es la metonimia).

Los sueños pueden ser también interpretados a través de la paráfrasis o actos fallidos. Éstos, lejos de ser errores de la mente, revelan contenidos reprimidos del inconsciente que afloran en forma de olvidos, deslices, etc. Las bromas también son emergencias de deseos reprimidos. Por ello, el psicoanalista otorga una gran importancia al lenguaje utilizado tanto por sus pacientes, como el empleado culturalmente en determinadas épocas históricas, de ahí que el psicoanálisis se haya relacionado íntimamente con la crítica literaria.

Los contenidos del inconsciente son deseos sexuales (o agresivos) reprimidos que Freud llamó pulsiones (triebe, mal traducidos por "instintos"), originados en las primeras etapas del desarrollo del niño y ligadas estrechamente a la nutrición infantil. 

La sexualidad adulta es el resultado de un complejo proceso de desarrollo que comienza en la infancia y que se desarrolla en distintas etapas que dependen de su ligazón con distintas áreas corporales: la etapa oral (boca), la anal (ano) y la genital o fálica (genitales). En la etapa oral el niño no tiene conciencia de ser un individuo separado de su madre o el mundo, lo que le lleva a tener deseos incestuosos. Esto se supera en la segunda etapa, la anal, en la que hay una tendencia a la extraversión, a sacar algo de sí mismo (heces) al exterior. En la etapa genital, el niño experimenta impulsos autoeróticos que soluciona mediante la masturbación, paso necesario para entrar en la vida adulta. 

El niño descrito por Freud es un perverso polimorfo, que dirige sus deseos sexuales hacia cualquier objeto, desorganizadamente (por carecer de identidad) y sin represión, lo que le hace carecer de identidad sexual (género), identidad personal e incluso de inconsciente. Después del polimorfismo, el niño entra en un estado de latencia, donde sus deseos sexuales están aminorados y apagados hasta su exuberante florecimiento en la pubertad, última etapa del desarrollo sexual, en la que los deseos sexuales se dirigen hacia objetivos "normales" según Freud, es decir, se canalizan en encuentros heterosexuales, subordinados a la zona genital y con un fin meramente reproductivo. 

La tarea fundamental del psicoanálisis como terapia consiste en curar todas aquellas perversiones sexuales originadas en la infancia, entendiendo por perversión aquel comportamiento no ajustado al modelo heterosexual, genital y reproductivo. La perversión implica que los deseos de la líbido "inapropiados" o prohibidos socialmente existen, aunque no se expresan (represión). La neurosis es una versión negativa de la perversión, en ella los deseos libidinosos reprimidos en el inconsciente son tan poderosos que se ha de gastar demasiada energía para reprimirlos.

El psicoanálisis supone que la represión de los deseos inconscientes puede causar ciertos trastornos mentales como la paranoia, la histeria, la obsesión-compulsión y otros desórdenes.
En el desarrollo sexual, es esencial el complejo de Edipo, que termina en la fase fálica, y en la que el niño ha de establecer por vez primera un vínculo afectivo con su progenitor de sexo opuesto (el padre), que es considerado un rival frente a la madre. El niño siente hacia ella un deseo incestuoso que tiene que reprimir por miedo a la agresión paterna y a la castración, temor que le lleva a construir el superego (superyó), una instancia encargada de controlar al consciente (yo) según las pautas morales impuestas por los padres. 

El complejo de Edipo conlleva la aceptación del principio de realidad y la subordinación del principio del placer. El desajuste entre las demandas del consciente, el inconsciente y las exigencias del superego puede convertirse en conflictos denominados fijaciones y complejos, que pueden llevar a que el adulto sufra regresiones o modos de satisfacción sexual infantiles. La mente consciente, imposibilitada para funcionar normalmente perderá su control y desarrollará neurosis como modos de expresar dicha tensión.

Freud no pudo explicar cómo se desarrollaba el superego en las niñas, debido a que naturalmente éstas no pueden ser castradas. Sus prejuicios sociales le llevaron a elaborar una teoría, llamada complejo de Electra, en la que la vinculación de la niña con sus progenitores se establece en relación a una envidia del pene "ausente" en ella. La mujer es un ser deficiente, castrado, por lo que, según Freud, nunca podrá desarrollar un superego fuerte, lo que justifica su debilidad moral y su mayor tendencia al sentimentalismo. 

La explicación del escaso papel social de la mujer a lo largo de la historia encuentra su respaldo en una base natural, científica, que constituye un factum del desarrollo humano. Definidas por Freud como el continente oscuro, las mujeres están condenadas al ámbito de lo privado, donde cohabitarán con hombres que representarán simbólicamente al padre que no pudieron conquistar. La crítica feminista sobre las ideas de género de Freud será, en este sentido, implacable. 
 
 
 

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